Segunda parte
El país decente
Ahí terminó bruscamente la posibilidad de hacer un país. Podremos
desde entonces llamarnos colonia, semi-colonia, factoría, pero no país.
Habiendo terminado con Rosas, la “inteligencia” dominante
pudo disciplinar (genocidio mediante, el proyecto de la guerra civil) el
territorio argentino, a Bolivia y a Paraguay.
El genocido implica la pérdida de una posibilidad. La del
diálogo.
Se acabó el respeto, la idiosincracia, los derechos. Se
impuso la ley del rémington.
Se acabó la industria argentina de capitales argentinos.
Terminó el comercio entre argentinos. Como los aborígenes a la llegada de
Colón, volvimos a cambiar por espejitos todas nuestras riquezas.
Nos transformamos en sujetos re-colonizados.
Para poder entender ésto, primero hay que entender un
elemento importante. Durante el primer desarrollo económico español, el que
siguió a la ocupación del territorio, el lugar privilegiado de ése asentamiento
fue el que ocupaba el antiguo imperio inca.
Los asentamientos al sur del mismo, el de Chile, el de
Tucumán, y hasta el puerto de Buenos Aires, eran la periferia. El virreynato
del Perú miraba a Lima.
La economía y el desarrollo social del futuro virreynato de la Plata , se limitaban a
asistir económicamente al gran polo económico del sur: Potosí.
Mientras, construía una fuerza de despliegue rápido que
pudiera obstaculizar (hasta que llegara el ejército desde Lima) una invasión
portuguesa hasta Bolivia.[1]
En ésos términos, ciudades como Mendoza o Tucumán tenían, en
1810, mayor desarrollo económico y social que el puerto de Buenos Aires.
La increíble estupidez borbónica, y las absurdas
limitaciones que imponía[2],
además de la odiosa casta racial española venida a menos en la Metrópoli que venía a
“hacer la América ”,
consiguieron una unánime opinión a favor de la liberación del yugo español.
No es entendible la resistencia de los pueblos a la
revolución de Mayo si se olvida el odioso papel que los porteños cumplieron en
traicionar el levantamiento de Túpac Amaru.
La perduración en el tiempo de la revolución de Mayo, a
pesar de la gran desconfianza popular acerca de la misma, se debe también a la
estupidez borbónica. A quién iban a convencer, cómo iban a sobrevivir ésos
porteños aislados al fin del mundo?
Y jamás podrían plantearse hacer tambalear a Lima.
Sin el genio militar de San Martín, seguiríamos siendo
colonia española al día de hoy...
No se entiende la porfía de Paraguay en hacer su propia
revolución y no unirse a Buenos Aires si se olvida ésto. Cuando Buenos Aires
era un pueblito con dos casas, Asunción era una metrópoli.
El Restaurador de las Leyes vino a dar aire a la revolución
de Mayo. Apareció un porteño que ¡por fin! entendía que una viejita en un telar
en Catamarca, que tardaba seis meses para hacer un poncho, no podía competir
con las camisas inglesas, que se hacían en diez minutos y costaban dos mangos.
Por cosas así ha quedado en la historia como enfrentado a la
civilización y la cultura. Baste recordar que uno de sus crímenes... fue haber
“mancillado” la histórica Plaza de Mayo permitiendo a los negros hacer sus
candombes en ella.
Ese diálogo, ése entendimiento, ése breve paréntesis de paz,
de reaparición de la civilización y la cordura que el restaurador permitió, dio
al pueblo argentino la ilusión de que la convivencia entre argentinos era
posible.
Esa ilusión fue enterrada definitivamente en Caseros.
Después de Caseros, otra visión se impuso, originada en el
ahora predominante imperio inglés.
Ellos tenían barcos, y producción capitalista. Para qué
podría servirles un continente que miraba hacia adentro? Necesitaban un puerto,
y Buenos Aires se los dió.
Tucumán, Paraguay, Bolivia... fueron destruídos. Sus
sociedades exterminadas, sus pensamientos acallados, su élan desaparecido.
La “restauración” de la civilización porteña desde Mitre en
adelante significó la desaparición de la cultura argentina, suplantada por un
extranjerismo impensable, por su monstruosidad.
Una “civilización” y una “cultura” cuyos máximos exponentes
son los que la niegan, tanto en Byron como en Wilde.
Es un chiste, pero Sarmiento, que admiraba tanto la cultura
europea, y festejaba a Sara Bernhardt, y hubiera admirado a Wagner si éste no
hubiera despreciado tanto a los representantes de culturas primitivas como él
mismo, no pudo apreciar en el Martín Fierro uno de los mayores aportes a la
cultura universal del romanticismo, como no solamente según Borges, sino en
todos los libros de historia de la cultura hoy aparecen uno al lado del otro.
Y es precisamente en el Martín Fierro donde se suspende la
historia argentina, a la que se declara detenida:
“Y
dejo rodar la bola,
Que
algún día se ha de parar...
Tiene
el gaucho que aguantar
Hasta
que lo trague el hoyo,
O
hasta que venga algún criollo
En esta tierra a mandar.”
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