La
era de la discordia
Me ha pasado. Nos ha pasado. Amigos y parientes, compañeros
de militancia, vecinos. El taxista que te lleva al centro.
Nos hemos reacomodado. A la derecha como a la izquierda.
Viejos guiños entre algunos hoy se resignifican, y nos reencontramos de un lado
y nos enfrentamos con otros que quedaron del lado opuesto.
Aquéllos de nosotros impregnados del espíritu modernista,
ése que creía en la ciencia, y que confiaba en el poder del argumento, o de la
prueba, a veces nos desesperamos al ver a los otros tan ciegos, tan aferrados a
la mentira, a la falacia.
Nos sentimos invadidos de la misma bronca que debió haberle
embargado a Galileo cuando el obispo simplemente se negó a levantarse a las
cuatro de la mañana y mirar por el anteojo. Más bronca debió darle la excusa:
No lo necesitaba.
Y es que los odiadores del proceso k son irreductibles a
cualquier prueba, a cualquier argumento. Aún cuando la realidad se obstine en
ponerlos de un lado hoy y del otro lado mañana, siempre saben de qué lugar
deben estar: del lado de la mentira.
Así que no es un problema de argumentos, y, obviamente, no
es un problema de verdades y mentiras.
Es que en realidad es un problema de clase.
Y, obviamente, un problema de ideología.
Odian y se oponen a la década ganada los que apoyaron a la
dictadura, los que apoyaron a Menem y todavía creen en el liberalismo. Los que
odian a los negros de las villas y desconfían de los K porque suponen bien que
está en contra de sus intereses.
Yo le llamo la ideología del arrodillado. Apoyar a EEUU
contra viento y marea, obedecer a los capitostes argentinos y que las
sirvientas y los cartoneros jamás se atrevan a mirarlos a los ojos. Como en la
India. Yo me arrodillo y entonces se tienen
que arrodillar todos.
No voy a terminar el artículo sin detenerme a mencionar la
inmensa tristeza que me da el horrible papel que está cumpliendo la izquierda
argentina en ésta situación. Haciendo de lacayos de aquéllos que, de conseguir
el poder político (ya que poseen todos los demás), atacarían primero a aquéllos
que debieran defender.
Rigolettos. Bufones tristes.
La inmensa tristeza se debe a que detrás de sus discursos y
sus actitudes, queda cada día más desnuda la horrible verdad. Defienden a su
clase, no a la nuestra.[1]
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