sábado, 25 de octubre de 2014


                                 La era de la discordia

Me ha pasado. Nos ha pasado. Amigos y parientes, compañeros de militancia, vecinos. El taxista que te lleva al centro.
Nos hemos reacomodado. A la derecha como a la izquierda. Viejos guiños entre algunos hoy se resignifican, y nos reencontramos de un lado y nos enfrentamos con otros que quedaron del lado opuesto.
Aquéllos de nosotros impregnados del espíritu modernista, ése que creía en la ciencia, y que confiaba en el poder del argumento, o de la prueba, a veces nos desesperamos al ver a los otros tan ciegos, tan aferrados a la mentira, a la falacia.
Nos sentimos invadidos de la misma bronca que debió haberle embargado a Galileo cuando el obispo simplemente se negó a levantarse a las cuatro de la mañana y mirar por el anteojo. Más bronca debió darle la excusa: No lo necesitaba.

Y es que los odiadores del proceso k son irreductibles a cualquier prueba, a cualquier argumento. Aún cuando la realidad se obstine en ponerlos de un lado hoy y del otro lado mañana, siempre saben de qué lugar deben estar: del lado de la mentira.
Así que no es un problema de argumentos, y, obviamente, no es un problema de verdades y mentiras.
Es que en realidad es un problema de clase.
Y, obviamente, un problema de ideología.

Odian y se oponen a la década ganada los que apoyaron a la dictadura, los que apoyaron a Menem y todavía creen en el liberalismo. Los que odian a los negros de las villas y desconfían de los K porque suponen bien que está en contra de sus intereses.
Yo le llamo la ideología del arrodillado. Apoyar a EEUU contra viento y marea, obedecer a los capitostes argentinos y que las sirvientas y los cartoneros jamás se atrevan a mirarlos a los ojos. Como en la India. Yo me arrodillo y entonces se tienen que arrodillar todos.

No voy a terminar el artículo sin detenerme a mencionar la inmensa tristeza que me da el horrible papel que está cumpliendo la izquierda argentina en ésta situación. Haciendo de lacayos de aquéllos que, de conseguir el poder político (ya que poseen todos los demás), atacarían primero a aquéllos que debieran defender.
Rigolettos. Bufones tristes.
La inmensa tristeza se debe a que detrás de sus discursos y sus actitudes, queda cada día más desnuda la horrible verdad. Defienden a su clase, no a la nuestra.[1]








[1] “no se puede cambiar, no se puede cambiar, no se puede cambiar el alma”. La Bersuit.


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