miércoles, 11 de marzo de 2015


Cuarta parte

 

                                                                El Peronismo

  

Como no puede entenderse el 25 de Mayo sin las invasiones inglesas o Túpac Amaru, tampoco puede entenderse el peronismo sin la década infame.

No es sólo que desde el ´30 al ´43 gobernó nuevamente la oligarquía. En su discurrir, enredaron al radicalismo y al socialismo.

La crisis, obvio, la pagaron los pobres.

Es el grado absoluto de decadencia moral lo que espanta cuando uno mira ésa época.

Quizás, para los que lo miran desde el siglo XXI, la época de Menem fue parecida. Pero aún con toda la infinita corrupción del menemismo, aún con toda su perfidia, su desfachatez, no consiguió igualarla.

Estamos hablando de un país con familias de pro. Con valores. Los gringos habían sido asimilados, mal que mal, y los cabecitas negras empezaban a llegar de a pocos a la capital.

Había una incipiente industria, que fabricaba mal lo que no llegaba de Europa, y acá la gente tira en el patio un puñado de maíces y tiene para comer. La crisis económica fue dura, pero no imposible.

De hecho, ésa incipiente industrialización que ni siquiera consiguió una mirada atenta del radicalismo en la primera guerra, que comenzó con tallercitos de cinco o seis empleados en los bordes de la civilización, en La Boca, Barracas, Balvanera, se afianzó rotundamente durante el proceso infame y, aunque la oligarquía ni siquiera llegó a enterarse, le dieron de comer a mucha gente.

Lo que espanta es la absoluta desverguenza. La pérdida de todos los valores.

Marx describe en la época Napoleónica (después de la restauración) un proceso similar en Francia. Y para quienes prefieran la novela a la política, ahí está Balzac.

Pero para quienes sacaban la cabeza por arriba del mar de hombros agachados, y miraban el país, era un país inviable.

Ojo, se ha repetido hasta el hartazgo la “potencia” argentina que el peronismo destruyó. Es una infame mentira de los poderosos de aquélla época.

Es cierto que había muchos coches, todos traídos de Europa o EEUU.

El país, vista la pobreza e indigencia mundial, estaba relativamente a salvo de los grandes cataclismos, y ostentaba un PBI, una riqueza, una educación similares a otros países que luego nos pasaron por encima. Estábamos relativamente cerca de Australia, o Canadá.

De hecho, los firmantes argentinos del pacto Roca-Runciman, aspiraban a que Inglaterra los cobijara y transformara a éste país en una de las joyas de la corona inglesa.

Y lo decían sin ninguna verguenza.

Pero no solamente al imperio inglés en caída libre le hubiera resultado imposible. Nosotros éramos el problema.

Habíamos perdido el alma.

Habíamos dejado de ser un país, para transformarnos en un amontonamiento de gente. Gente sin esperanza, sin fe, sin futuro, sin ideales. Gente que miraba pasar a los poderosos en auto y no se les ocurría ni siquiera tirarles una piedra. Habíamos vuelto a ser como los indios cuando miraban pasar a los españoles.

Cambalache nos retrata. Antiguo reloj de cobre nos retrata. Berni.

Más allá de los negociados de la ítalo, del asesinato en el Senado, hasta los cadetes de la escuela militar estaban siendo chantajeados por un grupo de homosexuales. ¡Horror! ¡Verguenza! ¡Calamidad!

 

Entonces llegó Perón.

Y Evita.

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