La re-colonización
Matar a todos los gauchos y a todos los indios, y de paso
disciplinar a los pulperos, a los pequeños comerciantes, a la pequeña clase
media, dejar el terreno abierto al capital inglés, alambrar y criar cepas de
ganado inglés y escocés, Sarmiento volviendo de la guerra civil yanqui
anunciando que era buen negocio sembrar trigo, o sea...
Aceptar el territorio como una factoría, despoblarlo de la
lacra argentina: poblarlo con inmigración, ponerlo a producir para el mercado
inglés.
El proyecto, pergueñado en England, tenía una pequeña
fallita...
Los sobrevivientes, los adaptados, los que luego fueron
llamados la oligarquía argentina, tenían, en el fondo, los mismo defectos que
los asesinados.
El estanciero argentino se dedicó a dejar la estancia en
manos del administrador, más o menos gaucho pero siempre ladrón (algo que el
gaucho nunca fue) y se fue a París a disfrutar de los patacones en putas y
champán.
Weber encuentra su tesis. La oligarquía argentina carece en
absoluto de los valores protestantes. Ahorrar? Reinvertir? Progresar?
Es curioso, pero la famosa teoría del “derrame” neoliberal
encontraría su refutación en la práctica de las élites periféricas formadas al
compás de la práctica del imperialismo inglés. No derramaron en su pueblo,
derramaron su champán y su semen, y sus ganancias, en París.
Formaron una élite igual a la hindú. Así les fue...
Quebraron con Juárez Célman. Se volvieron a endeudar,
entraron en crisis.
Todo el mundo se rebeló. Los inmigrados se quejaron. Los
habían traído para participar de la fiesta, y la fiesta se había terminado,
ellos tenían que limpiar las sobras.
El radicalismo parece pueblo. Pero no lo fue.
Representó a los inmigrados, a sus quejas. Pero no fue
pueblo argentino, y, justo en la medida en que consiguió serlo, es que dejó de
ser radicalismo.
Desde 1890 y su crisis, hasta 1916, en que asumió Yrigoyen,
se puede notar la increíble pesadez y lentitud de reacción de la oligarquía,
que, dueña de todos los resortes del poder, pero viviendo en París, no pudo
administrar ni siquiera su retirada.
Igual, desde la retaguardia, no dejaron de gobernar. Sin el
poder político, lo mismo impidieron cualquier cambio. Los jueces, los
comisarios, los curas, no le permitieron al Peludo cambiar nada. La reforma del
´18 por lo menos intentó cambiar los apellidos de los profes de la Universidad. (que no
es poco).
Más bueno que el pan y la gimnasia, más honesto que
Belgrano, más bienintencionado que San Francisco de Asís, le tocó gobernar en
medio de un torbellino (la primera guerra, la revolución rusa) y administrar
genocidios como la
Patagonia Rebelde o la Semana Trágica.
La oligarquía, sin el poder político pero manteniendo aún
los demás poderes, se negó a dialogar con él. Lo hizo con Alvear, y, cuando el
Peludo reasumió, lo destituyó amparándose en las medidas de urgencia que la Patria (ellos) necesitaba
debido a la crisis del ´30.
El 6 de Septiembre del ´30 se cerró así otro capítulo de la
historia argentina en que pareció que el diálogo era posible, por un fugaz
momento.
Seguíamos sin poder hablar.
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