miércoles, 11 de marzo de 2015


 

 Tercera parte

                      

                                                       La re-colonización

 

Matar a todos los gauchos y a todos los indios, y de paso disciplinar a los pulperos, a los pequeños comerciantes, a la pequeña clase media, dejar el terreno abierto al capital inglés, alambrar y criar cepas de ganado inglés y escocés, Sarmiento volviendo de la guerra civil yanqui anunciando que era buen negocio sembrar trigo, o sea...

Aceptar el territorio como una factoría, despoblarlo de la lacra argentina: poblarlo con inmigración, ponerlo a producir para el mercado inglés.

El proyecto, pergueñado en England, tenía una pequeña fallita...

Los sobrevivientes, los adaptados, los que luego fueron llamados la oligarquía argentina, tenían, en el fondo, los mismo defectos que los asesinados.

El estanciero argentino se dedicó a dejar la estancia en manos del administrador, más o menos gaucho pero siempre ladrón (algo que el gaucho nunca fue) y se fue a París a disfrutar de los patacones en putas y champán.

Weber encuentra su tesis. La oligarquía argentina carece en absoluto de los valores protestantes. Ahorrar? Reinvertir? Progresar?

Es curioso, pero la famosa teoría del “derrame” neoliberal encontraría su refutación en la práctica de las élites periféricas formadas al compás de la práctica del imperialismo inglés. No derramaron en su pueblo, derramaron su champán y su semen, y sus ganancias, en París.

Formaron una élite igual a la hindú. Así les fue...

Quebraron con Juárez Célman. Se volvieron a endeudar, entraron en crisis.

Todo el mundo se rebeló. Los inmigrados se quejaron. Los habían traído para participar de la fiesta, y la fiesta se había terminado, ellos tenían que limpiar las sobras.

 

El radicalismo parece pueblo. Pero no lo fue.

Representó a los inmigrados, a sus quejas. Pero no fue pueblo argentino, y, justo en la medida en que consiguió serlo, es que dejó de ser radicalismo.

Desde 1890 y su crisis, hasta 1916, en que asumió Yrigoyen, se puede notar la increíble pesadez y lentitud de reacción de la oligarquía, que, dueña de todos los resortes del poder, pero viviendo en París, no pudo administrar ni siquiera su retirada.

Igual, desde la retaguardia, no dejaron de gobernar. Sin el poder político, lo mismo impidieron cualquier cambio. Los jueces, los comisarios, los curas, no le permitieron al Peludo cambiar nada. La reforma del ´18 por lo menos intentó cambiar los apellidos de los profes de la Universidad. (que no es poco).

Más bueno que el pan y la gimnasia, más honesto que Belgrano, más bienintencionado que San Francisco de Asís, le tocó gobernar en medio de un torbellino (la primera guerra, la revolución rusa) y administrar genocidios como la Patagonia Rebelde o la Semana Trágica.

La oligarquía, sin el poder político pero manteniendo aún los demás poderes, se negó a dialogar con él. Lo hizo con Alvear, y, cuando el Peludo reasumió, lo destituyó amparándose en las medidas de urgencia que la Patria (ellos) necesitaba debido a la crisis del ´30.

El 6 de Septiembre del ´30 se cerró así otro capítulo de la historia argentina en que pareció que el diálogo era posible, por un fugaz momento.

Seguíamos sin poder hablar.

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